Esta vez, un
numeroso grupo de diecinueve peregrinas y peregrinos, el mayor de todas las
etapas, partiríamos de diferentes puntos a la misma hora zulú: las 10:00h de la
mañana. No obstante, el grueso de los participantes saldríamos de la Plaza de
la Constitución de Castronuño en coches particulares que después serían el
apoyo en el camino como coches escoba. El encuentro fue ya especial, el aire se
respiraba cargado de alegría por el logro y la superación personal que
supondría llegar a Santiago, aunque la hazaña hubiera supuesto emplear doce
años de nuestras vidas. Tras los abrazos y saludos oportunos, enfilamos hacia
Silleda, lugar donde acabamos etapa el año anterior, y donde la lluvia también
volvió a ser protagonista. Fue como “el día de la marmota”, ¡vaya si llovía!
Tras el
intento de paseo por Silleda, el Hostal Casasnovas fue el refugio perfecto para
esperar a que todo el grupo estuviera completo y celebrar la primera cena de
hermandad, que serviría además para que todo el mundo pusiera cara a los
nombres del grupo de whatsapp.
Llegó la
hora de la verdad, desayuno de grupo y a mover las piernas. El día amaneció
luminoso y soleado, perfecto para caminar los 24km de esta penúltima etapa que,
sinceramente, se nos hizo muy llevadera, tal vez por su perfil descendente.
A los 7,5
kilómetros, parada reconstituyente en el Bar Alty de Bandeira, donde una amable
camarera nos obsequió con rico bizcocho y otras tapas. Se nota que están
acostumbrados al trato con los miles de peregrinos que por allí pasan y que les
gusta dejar un buen recuerdo en los caminantes.
Tras el
descanso, de nuevo al Camino. Próxima estación, Dornelas. El olor a eucalipto,
roble y pino aromatiza esta bonita senda. El grupo se estira buscando cada
caminante el ritmo de pisada que le permita llegar a destino con el menor
sufrimiento. Fue en este tramo cuando contactamos con el primer peregrino de un
grupo de jóvenes americanos estudiantes de Filología Hispánica, para los que
hacer una semana en El Camino formaba parte de su aprendizaje cultural de
nuestro rico y variado país. El primer contacto visual que tuvimos de Fisher
era el de un joven de pisada corta, lenta y dolorido, indicio de unos pies
llenos de ampollas. Toda aquella persona que haya estado en esta situación
reconoce este sufrimiento, en el que, para colmo, sabes que no puedes parar,
que hay que llegar a destino.
Por un rato,
este grupo de peregrinos y peregrinas nos convertimos en esos “ángeles
guardianes del camino”, esas personas que aparecen de repente para subirte la
moral cuando estás en un momento complicado. La verdad, fue un rato de
conversación agradable en un perfecto español el que disfrutamos con Fisher, un
joven educado, amable, culto y con ganas de intercambiar conocimientos sobre
las distintas formas de vida de ambos países. Podríamos decir que le llevamos
en volandas hasta nuestro siguiente alto en el camino: San Miguel de Castro, a
tan sólo 4 km de Ponte Ulla, nuestro fin de etapa de hoy. Curioso y
premonitorio nombre el de este lugar, sobre todo para unos peregrinos en su
mayoría galdarros como nosotros.
Los coches
escoba, sherpas de la expedición, no localizaban el lugar adecuado para dar
cuenta de las ricas y deseadas viandas que transportaban en sus maleteros,
avituallamiento totalmente necesario para juntar al grupo, reponer fuerzas y
preparar el cuerpo para el último empujón del día, los últimos 4 km que nos
separaban del deseado fin de etapa: Ponte Ulla.
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Pero allí,
en mitad del camino, apareció el cartel que anunciaba un pequeño y singular
paraíso: “Área de Descanso del Peregrino: Finca Anduriñas”. Fue allí donde una
música relajante que invitaba a la meditación nos dio la bienvenida y nos
proporcionó el espacio ideal para saborear nuestros bocatas. Pilar fue una
anfitriona de lujo. Nos preparó limonada, cerveza casera, tablas con tostas
calientes de jamón y queso, café de puchero, y todo ello rodeado de hermosos
rincones cargados de arte ecléctico, resultado del trabajo y cuidado del
detalle de Pilar y su familia. Y para colmo, al módico precio de “la voluntad”.
¿Se puede pedir más? Y es que, cuando se es peregrina, como Pilar, se sabe cómo
tratar a los peregrinos.
Con el
cuerpo y el espíritu alimentados y relajados, último empujón hacia el fin de
etapa: Ponte Ulla, a 4 kilómetros. El tramo restante se prometía fácil, rápido
y sencillo, pero una fuerte pendiente de carretera mojada y resbaladiza
dificultó el descenso y provocó alguna que otra culada, sin mayores
consecuencias, afortunadamente.
Los coches
escoba nos esperaban en el alojamiento “O Cruceiro ” para repartir
habitaciones. La trabajadora que nos recibió en la parte del restaurante se
mostró encantadora, aunque tuvimos un contratiempo con la dirección ya que tres
de las habitaciones del grupo fueron destinadas a otro edificio a una cierta
distancia.
Tras la
reconfortante ducha y antes de la rica cena de hermandad, tuvimos tiempo para
disfrutar de unos bailes en la carpa destinada a celebrar la Festa da Xuventude
de Ponte Ulla. Fue allí donde volvimos a encontrarnos con el grupo de
estudiantes estadounidenses, quienes se unieron a nuestra marcha, y vaya si nos
lo pasamos bien. En un momento nos convertimos en el alma de la fiesta. Música
de fiesta, albariño y buena compañía. ¡Qué más se puede pedir! Fue nuestra
particular celebración del 1 de Mayo, Día del Trabajador.
El viernes 2
de mayo amaneció lluvioso, como pronosticaban los augurios meteorológicos, pero
como ya es sabido : ”Al mal tiempo, buena cara”. Justo antes del pistoletazo de
salida de la última etapa hacia Santiago de Compostela, y aunque nos habíamos
pertrechado con impermeables y paraguas, cesó la lluvia. Así que, foto familiar
rápida y comenzamos nuestra última caminata hacia la conquista de nuestra meta:
Plaza del Obradoiro.
Y como dice
otro refrán, “Todo lo que sube, baja”, y
debería añadirse “y viceversa”, puesto que el perfil del camino comenzó
ascendente, aunque llevadero. Era una maravilla caminar entre árboles y
cascadas, rodeados de nuevo de un envolvente olor a eucalipto.
Como el
grupo de andarines y andarinas se estiraba, llamadas de posicionamiento del
personal. Y menos mal, porque gracias a esas llamadas fue posible darse cuenta
de la pérdida del móvil por parte de una andarina y su recuperación. ¿Serían
las Meigas o la capa del Santo? El hecho es que todo se solucionó bien. La
rápida intervención de los coches escoba y de los peregrinos conductores,
también tuvieron su parte en la solución del contratiempo. Y para pasar el
susto y reagruparnos, nada mejor que una paradiña en el Camino, cerca de A
Susana.
Como en la
etapa anterior, el último avituallamiento y descanso antes de enfilar a
Santiago lo realizamos a la sombra de la ermita de Santa Lucía, un lugar
estupendo rodeado de árboles y el murmullo del agua, corriente que se llevó las
gafas de otra andarina. Debía ser otra prueba del camino.
En ese mismo
lugar y justo antes de partir, el Saludo al Sol de otra componente del grupo
fue el termómetro para confirmar que el grupo estaba en buena forma y con los
ánimos intactos. ¡Enfilamos a Santiago!
La emoción
se palpa a nuestro alrededor, el silencio pensativo de todos y todas seguro se
debe a las mil y una emociones contenidas a lo largo de estos doce años de
camino. Los recuerdos de cada una de las etapas se suceden rápidamente y nos
golpean. ¿Golpes? De repente, el granizo y la lluvia nos sacan de ese grato
ensimismamiento. Menos mal que apareció
un cobertizo protector para sacar la indumentaria de lluvia. Lo llamaremos “El
cobertizo del Amor”, con entrega de ramo de flores incluida.
A partir de
ahí, la fuerte lluvia acompañó nuestros últimos pasos, hasta tal punto, que
tuvimos que guarecernos en paradas de
autobús y grandes portales privados, pero abiertos amablemente. Estaba claro
que tendríamos una entrada triunfal, cumpliendo con todos los requisitos. Y es
que, como dice la canción , “Chove en
Santiago”, y esa misma lluvia es una
conexión entre el entorno natural y emocional de quien pisa las maravillosas
calles empedradas que conducen al kilómetro cero del camino.
Las torres
de la catedral asoman, el corazón se acelera. Todos juntos bajamos las
escaleras de la Praza da Quintana do Mortos, cual descenso a los infiernos,
para atravesar la plaza de Platerías, y por fin, la catarsis renovadora: Plaza
del Obradoiro, fachada principal de la Catedral de Santiago y entrada al
Pórtico de la Gloria.
Y así nos
sentíamos, ¡en la gloria! Abrazos, besos, griterío comunitario de nuestro grupo
de peregrinos y de otros muchos que arribaban a puerto. Hasta un tímido sonido
de El Palillo, versión proporcionada amablemente por el maestro José Luis
Galiacho, se diluía entre la algarabía colectiva. Tras ese inolvidable momento,
sólo faltaba conseguir nuestra merecida Compostela para acreditar nuestra
hazaña, un cúmulo incalculable de gratos recuerdos compartidos y superación
personal. Todo eso es El Camino.
Aún quedaba
lo mejor, dos días de disfrute de Santiago que incluían la prometida y deseada
mariscada, actuación nocturna de la tuna y una visita ilustrativa y guiada por
los rincones de Santiago de Compostela a cargo de Mónica, de www.guiacompostela.com , a la que quedamos eternamente agradecidos por sus
conocimientos y por ese Nudo de Brujas, talismán protector que hasta nos
recompensó con el vuelo del Botafumeiro.
Así ha sido
el relato de este fin de camino. O tal vez no, porque a todo ULTREIA, “sigue
adelante”, le sigue una respuesta: “ET
SUSEIA”, “y más allá”.
¿Nos vemos
en Finisterre?