lunes, 4 de agosto de 2025

Cantando al fresco: el canto colectivo como resistencia y memoria en la España rural


En la brisa templada de una noche de verano, cuando los grillos afinan su orquesta y el cielo se oscurece tras  los matices profundos del atardecer, se alzan las voces. Voces de antaño y de ahora, entrelazadas en un tejido musical que no solo entretiene: invoca, honra y preserva. Así ha sido un año más en la cita ineludible de "Cantando al fresco", organizada con pasión y respeto por la Asociación Asocastrona. Una jornada que, además de una reunión festiva, se convierte en un acto de justicia cultural, en un ejercicio antropológico de primer orden.

En tiempos donde lo efímero rige el pulso de nuestras relaciones culturales, los cantos populares sobreviven como pilares invisibles que sostienen nuestra identidad más profunda. Lo que para algunos puede parecer una costumbre rústica y menor, para quien mira con ojos atentos, se revela como un testimonio vivo de una cosmovisión ancestral. Cantar en grupo, al fresco, no es solo cantar: es construir comunidad, evocar a los que ya no están y actualizar lo mejor del alma rural.

Es ahí donde el acto se eleva y se conecta con la labor incansable de Joaquín Díaz, cuyo repositorio fonográfico no solo ha salvado miles de melodías del olvido- algunas de Castronuño-, sino que ha demostrado que en cada copla, en cada tonada, habita una forma de entender el mundo, una pedagogía implícita de lo colectivo, lo austero, lo armónico con la tierra. Su archivo sonoro es hoy una catedral inmaterial donde habita lo mejor del patrimonio oral peninsular, y en encuentros como el nuestro, esas joyas cobran cuerpo y se hacen carne.

En nuestra noche mágica de Castronuño mencionemos a Rosana de Castro como presentadora del evento, y a  Dori, Mila o Inma etcétera, como animadoras destacadas. Mención aparte merece la participación de Quica, cuya voz no solo interpretó, sino que encarnó los ecos de la tradición. Con una delicadeza casi telúrica, su canto se alzó con una elegancia que hizo vibrar a los más jóvenes y emocionar a los más mayores. No hay técnica que suplante al arraigo, y Quica lo tiene. Su timbre parece haber nacido de los bancales secos, de las eras donde aún huele a mieses, de las cocinas de barro donde se cantaba al compás del puchero.

En un contexto muchas veces saturado de impostura estética, la voz de Quica es un acto de verdad. Exquisita en lo técnico, pero aún más en lo emocional, nos recordó que la belleza también puede ser sobria, que el arte puede nacer del corazón de un pueblo.

Y si el canto convoca a los espíritus del pasado, el baile los hace danzar entre nosotros. Agradecidos por la dedicación y rigor de la Asociación Virgen de los Aguadores de Valladolid que nos acompañaron, este año se compartió con ellos el baile tradicional de “El Palillo”, una joya del folclore que no suele  interpretarse últimamente en su versión ortodoxa. La ejecución estuvo llena de respeto por el detalle coreográfico y musical. El movimiento de pies, el giro coordinado de cuerpos curtidos por el campo y el cariño, nos recordó que el cuerpo también sabe recordar, que bailar es pensar con los pies.

La Asociación Virgen de los Aguadores no solo aportó rigor y entusiasmo, sino también una disposición que elevó el espíritu de la jornada. Son ejemplo vivo de cómo la labor asociativa puede ser motor de esperanza, investigación, comunidad y alegría.

No se puede entender la importancia de este evento sin detenerse a valorar lo que realmente se celebra. Cantando al fresco no es sólo un festival, es un homenaje. Un gesto de reverencia hacia esa civilización del mundo rural que —a pesar del olvido, del desprecio institucional y del éxodo— permanece aún como modelo alternativo de vida, lleno de virtudes a recuperar:

  • La austeridad digna, lejos del consumismo devorador.
  • La cooperación vecinal, que suplía con afecto y ayuda lo que faltaba en medios.
  • La conexión con la tierra, no como recurso que se explota, sino como madre que se cuida.
  • La transmisión oral, sin pantallas, donde aprender era observar, convivir y escuchar.
  • El trabajo con sentido, vinculado al tiempo natural, sin prisas vacías ni productividad absurda.

Desde Asocastrona no romantizamos la dureza de aquel mundo, pero reivindicamos la lucidez de sus valores y la potencia de sus formas de convivencia. En tiempos de colapso energético, de ansiedad colectiva y desarraigo, los saberes del mundo rural son más actuales que nunca.

Cada vez que nos reunimos a cantar al fresco, estamos desafiando un relato oficial que condena al mundo rural al pasado y al folclore al museo. Nuestra reunión es un acto de resistencia simbólica, una asamblea sonora que dice: “Aquí estamos. No hemos olvidado. No nos rendimos”. Y no lo hacemos por nostalgia, sino por justicia. Porque esas canciones son nuestros textos sagrados, porque nuestros abuelos y abuelas merecen ser celebrados no solo como figuras familiares, sino como portadores de una civilización compleja, rica y plena.

Nos atrevemos a soñar en un futuro “Cantando al fresco” en que podamos ver a los niños bailar, ver a los adolescentes prestar atención, ver a los jóvenes tomar nota. Las generaciones futuras no heredarán un mundo fácil, pero pueden heredar un mundo más sabio, si saben recoger lo mejor de esta memoria. Las asociaciones culturales como Asocastrona, o como la Virgen de los Aguadores, son faros humildes pero firmes, capaces de guiar esos procesos de reencuentro con lo esencial.

Invitamos desde aquí a todas las almas inquietas a unirse, a organizarse, a crear espacios de cultura popular viva. Siempre vienen bien permisos institucionales para cantar, y subvenciones para bailar, pero principalmente necesitamos voluntad, raíces y alegría.

Porque mientras sigamos cantando al fresco, el olvido no ganará. Y el eco de nuestros ancestros seguirá danzando entre nosotros.


















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