No es casualidad que este festival nazca y crezca en Castronuño. En un planeta acelerado, donde la inercia de la codicia ha convertido ciudades y campos en mercancía, nuestra ribera del Duero se mantiene como un reducto donde la vida todavía se mide por el amanecer sobre las aguas, el canto estacional de las aves, la cadencia de las faenas agrícolas. Aquí, la palabra “cultura” conserva su raíz: cultivar. Cultivar la tierra y cultivar la dignidad humana son, en el fondo, un mismo acto.
El 12º Festival Multicultural de Asocastrona se inscribe en esa tradición. No se trata de un simple evento artístico, sino de un gesto consciente contra la barbarie. En un mundo donde aún se cometen genocidios, donde Gaza es hoy nombre de dolor y resistencia, reunirnos para escuchar, aprender y crear juntos es una forma de decir: no aceptamos que la injusticia sea ley. La paz que buscamos no es la paz de los cementerios, sino la de los pueblos vivos.
La historia nos lo recuerda sin descanso: los pueblos que pierden su cultura, pierden también su libertad. Castilla, tierra de caminos y mesetas, ha visto pasar reyes, guerras, exilios y silencios forzados. Pero siempre hubo quien mantuvo encendida la llama: el juglar que cantaba en las plazas, la abuela que transmitía refranes, el agricultor que cuidaba semillas antiguas. Hoy, la amenaza no llega solo en forma de ejército: viene disfrazada de uniformidad cultural, de entretenimiento vacío, de desarraigo.
Este festival es, por tanto, un acto de resistencia cultural. Cada artista, cada taller, cada homenaje, es un eslabón más en una cadena de memoria que nos une con quienes nos precedieron y con quienes vendrán.
Los protagonistas del 2025
Ruth Iglesias: La urgencia de vivir
Ruth Iglesias no viene a decirnos que el tiempo pasa: viene a mostrarnos que somos nosotros quienes pasamos por él, y que la oportunidad de hacer el bien y crear belleza no espera. Su mensaje se entrelaza con el de nuestra tierra: no postergar lo que es esencial, porque el mañana, aunque deseado, siempre es incierto.
Gustavo González: Palabra castellana como raíz
En Gustavo se unen el amor por la literatura y la defensa del territorio. Rescata la visión de una Castilla que respira en su lengua, en su historia y en su paisaje. Sus versos y reflexiones son un puente tendido entre generaciones, recordándonos que una lengua viva no es museo, sino herramienta de dignidad y soberanía cultural.
Natxo Díez y Azahara: Deseo y raigambre como brújula humana
Con Natxo Díez y Azahara el festival alcanza una hondura emocional singular. Su canto íntimo al deseo como impulso vital es una invitación a escuchar el latido que nos guía más allá de la rutina. Pero también, en versiones como “La Llorona” de Chavela Vargas, se asoma a la verdad amarga de que el amor y la pérdida son inseparables. En su voz y música hay algo antiguo, casi ritual, que nos recuerda que el arte no es evasión, sino un espejo que devuelve la imagen entera, con su luz y su sombra.
Homenaje a las socias y socios promotores de talleres
Premio Valores 2025: Eloy Hernández
El galardón a Eloy Hernández es un mensaje claro: la juventud no es solo futuro, es presente combativo. Su resiliencia tras un accidente grave es un ejemplo de cómo la fuerza de espíritu no nace de la ausencia de dificultades, sino de la voluntad de superarlas. Este premio honra a una generación que, pese a las sombras que hereda, sigue creyendo en la capacidad humana para rehacerse.
Borja Maestre encarna la figura del creador que se forja a sí mismo, sin renunciar a sus raíces. Su homenaje a la cultura rural de Castronuño no es un ejercicio de nostalgia, sino una declaración de actualidad: aquí, en nuestras calles y campos, pervive una gracia narrativa que es parte de nuestra identidad colectiva. Con su voz, el pueblo se cuenta a sí mismo y reafirma que tiene algo único que ofrecer al mundo. Dicho donaire narrativo estuvo también homenajeado en escena a través de Josefina Modroño y el resto de paisanos que fueron aludidos en el monólogo.
La paz como obra colectiva
Como pórtico a la velada cultural de Asocastrona, las jóvenes promesas Luna e Inés habían ofrecido interpretaciones memorables de “Imagine” y “Sólo le pido a Dios”, cargadas de emoción y autenticidad. Sus voces, aún frescas por la juventud, supieron dar nuevo aliento a himnos universales de paz y compromiso. En cada nota se percibía una fe intacta en que la música puede sembrar entendimiento y derribar fronteras invisibles. El público, conmovido, reconoció que no era sólo un concierto, sino una declaración de intenciones. Ellas cantaban para un mundo que, pese a las tensiones ecológicas y geoestratégicas, todavía puede ser más justo. La luz que desprenden estas intérpretes anuncia un porvenir fértil para la Asociación. Escucharlas es creer que la cultura sigue siendo un puente entre generaciones y naciones. Es sentir que los ideales no envejecen, sino que se renuevan con cada voz nueva. Cuando la canción se alza con sinceridad, la esperanza se vuelve contagiosa. Así, Inés y Luna nos recordaron que, incluso en tiempos convulsos, siempre habrá manos jóvenes dispuestas a sostener la antorcha de la paz. Y esa certeza es, quizá, nuestra mayor fuerza colectiva.
Este festival no pretende ser un refugio para olvidar el mundo, sino una atalaya desde la que mirarlo con claridad. La paz que defendemos no se alcanzará mientras existan pueblos sometidos, mientras el hambre y la explotación sigan dictando el destino de millones. La historia nos enseña que cada acto cultural que fortalece la conciencia es también un paso hacia la libertad. Y este año, en Castronuño, hemos dado un paso más.