lunes, 11 de agosto de 2025

12º Festival Multicultural de Asocastrona 2025: Cultura, Tierra y Paz para un Mundo Nuevo

No es casualidad que este festival nazca y crezca en Castronuño. En un planeta acelerado, donde la inercia de la codicia ha convertido ciudades y campos en mercancía, nuestra ribera del Duero se mantiene como un reducto donde la vida todavía se mide por el amanecer sobre las aguas, el canto estacional de las aves, la cadencia de las faenas agrícolas. Aquí, la palabra “cultura” conserva su raíz: cultivar. Cultivar la tierra y cultivar la dignidad humana son, en el fondo, un mismo acto.

El 12º Festival Multicultural de Asocastrona se inscribe en esa tradición. No se trata de un simple evento artístico, sino de un gesto consciente contra la barbarie. En un mundo donde aún se cometen genocidios, donde Gaza es hoy nombre de dolor y resistencia, reunirnos para escuchar, aprender y crear juntos es una forma de decir: no aceptamos que la injusticia sea ley. La paz que buscamos no es la paz de los cementerios, sino la de los pueblos vivos.

La historia nos lo recuerda sin descanso: los pueblos que pierden su cultura, pierden también su libertad. Castilla, tierra de caminos y mesetas, ha visto pasar reyes, guerras, exilios y silencios forzados. Pero siempre hubo quien mantuvo encendida la llama: el juglar que cantaba en las plazas, la abuela que transmitía refranes, el agricultor que cuidaba semillas antiguas. Hoy, la amenaza no llega solo en forma de ejército: viene disfrazada de uniformidad cultural, de entretenimiento vacío, de desarraigo.

Este festival es, por tanto, un acto de resistencia cultural. Cada artista, cada taller, cada homenaje, es un eslabón más en una cadena de memoria que nos une con quienes nos precedieron y con quienes vendrán.

 Los protagonistas del 2025


Ruth Iglesias: La urgencia de vivir

Ruth Iglesias no viene a decirnos que el tiempo pasa: viene a mostrarnos que somos nosotros quienes pasamos por él, y que la oportunidad de hacer el bien y crear belleza no espera.  Su mensaje se entrelaza con el de nuestra tierra: no postergar lo que es esencial, porque el mañana, aunque deseado, siempre es incierto.

Gustavo González: Palabra castellana como raíz

En Gustavo se unen el amor por la literatura y la defensa del territorio. Rescata la visión de una Castilla que respira en su lengua, en su historia y en su paisaje. Sus versos y reflexiones son un puente tendido entre generaciones, recordándonos que una lengua viva no es museo, sino herramienta de dignidad y soberanía cultural.

Natxo Díez y Azahara: Deseo y raigambre como brújula humana

Con Natxo Díez y Azahara el festival alcanza una hondura emocional singular. Su canto íntimo al deseo como impulso vital es una invitación a escuchar el latido que nos guía más allá de la rutina. Pero también, en versiones como “La Llorona” de Chavela Vargas, se asoma a la verdad amarga de que el amor y la pérdida son inseparables. En su voz y música hay algo antiguo, casi ritual, que nos recuerda que el arte no es evasión, sino un espejo que devuelve la imagen entera, con su luz y su sombra.


Homenaje a las socias y socios promotores de talleres

En esta edición, el reconocimiento a Rosa, Concha, Rafa, Luna Inés, Inma, Rosana y a todas las manos que sostienen los talleres de Asocastrona, es un gesto de justicia. En el montaje del  propio festival han colaborado también  Mila, Maria, Marga, May, Luis, Luna, Inés, Paqui etc. La cultura no crece de la nada: requiere lugares, tiempo, voluntades, cuidados. Ellos han hecho de esos talleres no solo espacios de aprendizaje, sino comunidades vivas donde cada persona aporta su saber, su paciencia y su creatividad.


Premio Valores 2025: Eloy Hernández

El galardón a Eloy Hernández es un mensaje claro: la juventud no es solo futuro, es presente combativo. Su resiliencia tras un accidente grave es un ejemplo de cómo la fuerza de espíritu no nace de la ausencia de dificultades, sino de la voluntad de superarlas. Este premio honra a una generación que, pese a las sombras que hereda, sigue creyendo en la capacidad humana para rehacerse.




Borja Maestre: La narrativa como orgullo rural

Borja Maestre encarna la figura del creador que se forja a sí mismo, sin renunciar a sus raíces. Su homenaje a la cultura rural de Castronuño no es un ejercicio de nostalgia, sino una declaración de actualidad: aquí, en nuestras calles y campos, pervive una gracia narrativa que es parte de nuestra identidad colectiva. Con su voz, el pueblo se cuenta a sí mismo y reafirma que tiene algo único que ofrecer al mundo. Dicho donaire narrativo estuvo también homenajeado en escena a través de Josefina Modroño y el resto de paisanos que fueron aludidos en el monólogo.

La paz como obra colectiva

Como pórtico a la velada cultural de Asocastrona, las jóvenes promesas Luna e Inés habían ofrecido interpretaciones memorables de “Imagine” y “Sólo le pido a Dios”, cargadas de emoción y autenticidad. Sus voces, aún frescas por la juventud, supieron dar nuevo aliento a himnos universales de paz y compromiso. En cada nota se percibía una fe intacta en que la música puede sembrar entendimiento y derribar fronteras invisibles. El público, conmovido, reconoció que no era sólo un concierto, sino una declaración de intenciones. Ellas cantaban para un mundo que, pese a las tensiones ecológicas y geoestratégicas, todavía puede ser más justo. La luz que desprenden estas intérpretes anuncia un porvenir fértil para la Asociación. Escucharlas es creer que la cultura sigue siendo un puente entre generaciones y naciones. Es sentir que los ideales no envejecen, sino que se renuevan con cada voz nueva. Cuando la canción se alza con sinceridad, la esperanza se vuelve contagiosa. Así, Inés y Luna nos recordaron que, incluso en tiempos convulsos, siempre habrá manos jóvenes dispuestas a sostener la antorcha de la paz. Y esa certeza es, quizá, nuestra mayor fuerza colectiva.

Este festival no pretende ser un refugio para olvidar el mundo, sino una atalaya desde la que mirarlo con claridad. La paz que defendemos no se alcanzará mientras existan pueblos sometidos, mientras el hambre y la explotación sigan dictando el destino de millones. La historia nos enseña que cada acto cultural que fortalece la conciencia es también un paso hacia la libertad. Y este año, en Castronuño, hemos dado un paso más.

















sábado, 9 de agosto de 2025

LA RUTA DE LOS HOMBRES CHOPO: CRÓNICA DE UN CIELO QUE NOS MIRA

Hay noches en que el tempo parece doblarse, como si quisiera tender un puente entre quienes fuimos y quienes seguimos siendo. Anoche, en La Rinconada, bajo la luna llena, tres amigos caminaban juntos. No eran fantasmas, sino recuerdos con cuerpo: tres jóvenes de los años ochenta, venidos desde Castronuño, Morales de Toro y Villanueva de Duero. Muchachos que, décadas atrás, subían a las eras altas de sus pueblos para par􀆟cipar, a su manera, en una liturgia que mezclaba transistor, penumbra y cielo: “Alerta Ovni”.

Aquel programa de radio —mitad carrusel deportvo, mitad ritual cósmico— cosía el mapa de España con hilos invisibles. Desde puntos dispersos, voces excitadas narraban luces inquietantes que surcaban los cielos, mientras en los pueblos, entre un silencio expectante y el calor que excitaba el corazón, las gentes miraban hacia arriba. No importaba si lo que veían eran naves, meteoros o espejismos: lo importante era mirar, participar del misterio común, saberse parte de un relato que no cabía en los libros de texto.

De ese espíritu, de esa manera de estirar el cuello para otear lo desconocido, nació —años más tarde— algo como La ruta de los hombres chopo. En sus primeras ediciones, la ruta se ha ceñido más a los hechos: la crónica precisa, el dato verificado, la huella y la fotografía. Esta edición, guiados por el ufólogo invitado Nando Domínguez*, la mirada se abre a lo que la Academia suele despreciar: la savia invisible del mundo rural, sus saberes ancestrales, la forma en que las piedras, los ríos y los árboles nos hablan cuando no hay prisa.

En el corro del diálogo, bajo el rumor de la chopera, nos atrevimos a rozar la que la ciencia misma denomina la gran cuestión:

¿Es nuestra conciencia una cárcel de hueso, confinada en el cerebro, o acaso somos receptores perpetuos, transistores orgánicos que captan y modulan señales venidas del entorno… y de más allá del tiempo y del espacio? El debate no buscó vencedores. Más bien nos convertimos en caminantes de un puente invisible, transitando entre lo comprobable y lo inefable.

Avanzando en el camino, Quique y Rosana, en su papel de cronistas atentos, fueron hilvanando los comentarios, documentando los hechos concretos como quien borda un mantel donde los bordes se desdibujan. Y en el vídeo que cada año revisamos los testimonios de los hecho narrados por César, Luis y Jaime vuelven a emocionarnos por su sobriedad y verosimilitud. No hay artificio en su relato, sino esa verdad desnuda que tienen los paisanos cuando cuentan lo que han visto sin pretender convencer.

Fernando, de Asocastrona, puso el toque ceremonial: su escultura de madera que daba la bienvenida como guardián de otro tiempo. Y hubo este año un detalle que nos llenó de la normal algarabía y la necesaria esperanza: la presencia abundante de niños.

Niños que escuchaban, que preguntaban, que miraban con ojos como planetas nuevos. Ahí está quizá la clave: que las próximas generaciones no hereden solo tecnología, pantallas, y discursos enlatados -e interesados-, sino también la costumbre de levantar la vista y preguntarse qué hay ahí fuera… y aquí dentro.

El grupo fue heterogéneo en creencias, un mosaico donde cabían escepticismo y fervor, ciencia y magia. Pero reinó siempre el respeto, como si el misterio, al ser compartido, exigiera un pacto tácito de cuidado mutuo. La noche nos regaló señales menores pero no menos sugesgesvas: el ladrido oportuno de un perro cuando el relato lo pedía, un viento que susurraba entre los chopos como si deletreara un mensaje, el reflejo rojizo de la luna sobre el río.

Y entonces comprendí que, aunque ya no estemos en 1985 ni tengamos el pelo del mismo color, seguimos siendo aquellos tres jóvenes en las eras altas. Que todavía compartimos —a la orilla del mítico Duero— ese sueño de lirio del que hablaba Machado, ese empeño obstinado en buscar sentido en las luces lejanas. No importa si las respuestas llegan o no: lo que nos salva es la pregunta, y la certeza de que, bajo las estrellas, nunca miramos solos.



*Domínguez, N. (2022). Ufología histórica de Zamora. Editorial Guante Blanco












miércoles, 6 de agosto de 2025

Poemas de una noche de verano: Castilla revive en la palabra de Antonio Machado

 En una Castilla callada, envejecida, y en apariencia dormida, aún palpitan brasas bajo las cenizas. No se apagan del todo los rescoldos de una cultura que, aunque acallada por décadas de desarraigo y desmemoria, conserva en su fondo una potencia transformadora. Desde ese aliento milenario y olvidado, la Asociación Cultural Asocastrona, en nuestro entrañable enclave vallisoletano de Castronuño, ofreció un homenaje digno, sobrio y cargado de sentido: “Poemas de una noche de verano”, un tributo a la figura de Antonio Machado, poeta del compromiso, de la hondura castellana, y de la palabra enraizada. El evento se organizó bajo el pretexto del día en el que conmemoramos el 150º aniversario del nacimiento del poeta, 26 de Julio de 1875, a sabiendas que cualquier día es grato para rememorar la grandeza de la obra  vida de Antonio Machado.

Este evento, más allá de lo estético y lo literario, fue una manifestación cívica: un acto de amor a la tierra, de afirmación cultural, de resistencia silenciosa contra la uniformización de las almas y la destrucción del paisaje humano. Porque hablar de Antonio Machado en Castilla no es repetir versos para aplacar conciencias, sino devolverle a esta tierra su espejo más alto y verdadero.

Machado no cantó la Castilla de postal. No le interesó el monumento ni el boato. Fue la Castilla del polvo, del camino, del alma profunda. La Castilla de la introspección, del maestro rural, del silencio fecundo, de la dignidad sin ruido. Y así la evocó la velada organizada por Asocastrona: como una geografía del espíritu, una raíz filosófica, un clamor contenido.

En tiempos en los que Castilla ha sido desposeída de su centralidad simbólica y reducida a “territorio vacío”, Machado se alza como un faro de dignidad. Porque fue precisamente en esta tierra —en Soria, en Segovia— donde el poeta maduró su mirada crítica, donde forjó su conciencia social y literaria, y donde supo ver, como pocos, la unidad entre paisaje, alma y palabra.

En un acto como el celebrado en Castronuño, donde se mezcla la evocación poética con la recuperación comunitaria, no se puede obviar la dimensión filológica de la obra machadiana. Su lenguaje, depurado y contenido, remite no solo a una estética, sino a una ética del decir. Frente a la palabrería vacía, Machado ofrece una palabra desnuda, trabajada con esmero de artesano, que respira en cada sílaba el pulso del pueblo.

Así lo destacaron los presentadores del evento, Rafa de la Puente y María Sotelo, quienes imprimieron al acto no solo rigor, sino calor humano. Rafa de la Puente diseño además concienzudamente durante meses la selección de textos y la coreografía del evento. María Sotelo, filóloga de formación, rapsoda apasionada y castronuñera orgullosa de serlo, brilló con luz propia. Su voz, al desgranar los versos de Machado, no solo los transmitía: los encarnaba, los devolvía a su raíz telúrica, como si cada poema emergiera de la misma entraña del Duero.

En su recitación no hubo grandilocuencia ni afectación, sino una reverencia sabia y campesina, que conectó con lo esencial del legado machadiano. María Sotelo no recita, desentierra. Y en su gesto hay una arqueología del alma que despierta algo dormido en quienes escuchan.

Los fines de Asocastrona no pueden pasarse por alto. En una comarca afectada, como tantas otras, por el éxodo juvenil, la precariedad económica y la pérdida de tejido comunitario, apostar por la cultura no es entretenimiento: es resistencia. Recuperar la figura de Machado no como monumento, sino como referente espiritual y cívico, es un acto que subvierte el relato de la derrota.

Este homenaje no fue una gala más. Fue un acto de comunión, una chispa que puede —y debe— encender nuevos fuegos. La antropología nos enseña que los pueblos no sólo se mantienen por la economía ni por las infraestructuras, sino por los ritos compartidos, por los mitos vivos, por las palabras que dan sentido. En Castronuño, por una noche, esa Castilla profunda volvió a hablar su lengua.

No es casualidad que en los tiempos de mayor vaciamiento existencial resurja el anhelo de la belleza y de lo verdadero. El arte, lejos de ser un adorno, es un instrumento de regeneración espiritual, un puente hacia lo que permanece cuando todo lo demás se derrumba. En esta clave, actos como “Poemas de una noche de verano” no son nostalgia: son semilla.

Nuestra esperanza no es conquistar a las nuevas generaciones con discursos huecos ni con tecnología sin alma, sino con raíces. Con referentes que les hablen de verdad, que les muestren que la belleza no está reñida con el coraje y que la palabra puede ser un antídoto contra la alienación. El ejemplo de Machado —y de quienes lo traen de vuelta al anfiteatro de la Muela— es una llamada.

Una llamada a crear, a leer, a recuperar el habla pausada, el pensamiento propio, el asombro ante la vida sencilla. En un mundo que corre hacia la quimera, Castronuño eligió detenerse y mirar hacia dentro. Allí encontró a Machado. Y al hacerlo, se reencontró consigo mismo.

Que vengan más noches como esta. Que Castilla no se duerma sin loar su memoria. Que la palabra siga abriendo senderos, como los de Antonio Machado, por donde aún puedan caminar los hombres buenos.














lunes, 4 de agosto de 2025

Cantando al fresco: el canto colectivo como resistencia y memoria en la España rural


En la brisa templada de una noche de verano, cuando los grillos afinan su orquesta y el cielo se oscurece tras  los matices profundos del atardecer, se alzan las voces. Voces de antaño y de ahora, entrelazadas en un tejido musical que no solo entretiene: invoca, honra y preserva. Así ha sido un año más en la cita ineludible de "Cantando al fresco", organizada con pasión y respeto por la Asociación Asocastrona. Una jornada que, además de una reunión festiva, se convierte en un acto de justicia cultural, en un ejercicio antropológico de primer orden.

En tiempos donde lo efímero rige el pulso de nuestras relaciones culturales, los cantos populares sobreviven como pilares invisibles que sostienen nuestra identidad más profunda. Lo que para algunos puede parecer una costumbre rústica y menor, para quien mira con ojos atentos, se revela como un testimonio vivo de una cosmovisión ancestral. Cantar en grupo, al fresco, no es solo cantar: es construir comunidad, evocar a los que ya no están y actualizar lo mejor del alma rural.

Es ahí donde el acto se eleva y se conecta con la labor incansable de Joaquín Díaz, cuyo repositorio fonográfico no solo ha salvado miles de melodías del olvido- algunas de Castronuño-, sino que ha demostrado que en cada copla, en cada tonada, habita una forma de entender el mundo, una pedagogía implícita de lo colectivo, lo austero, lo armónico con la tierra. Su archivo sonoro es hoy una catedral inmaterial donde habita lo mejor del patrimonio oral peninsular, y en encuentros como el nuestro, esas joyas cobran cuerpo y se hacen carne.

En nuestra noche mágica de Castronuño mencionemos a Rosana de Castro como presentadora del evento, y a  Dori, Mila o Inma etcétera, como animadoras destacadas. Mención aparte merece la participación de Quica, cuya voz no solo interpretó, sino que encarnó los ecos de la tradición. Con una delicadeza casi telúrica, su canto se alzó con una elegancia que hizo vibrar a los más jóvenes y emocionar a los más mayores. No hay técnica que suplante al arraigo, y Quica lo tiene. Su timbre parece haber nacido de los bancales secos, de las eras donde aún huele a mieses, de las cocinas de barro donde se cantaba al compás del puchero.

En un contexto muchas veces saturado de impostura estética, la voz de Quica es un acto de verdad. Exquisita en lo técnico, pero aún más en lo emocional, nos recordó que la belleza también puede ser sobria, que el arte puede nacer del corazón de un pueblo.

Y si el canto convoca a los espíritus del pasado, el baile los hace danzar entre nosotros. Agradecidos por la dedicación y rigor de la Asociación Virgen de los Aguadores de Valladolid que nos acompañaron, este año se compartió con ellos el baile tradicional de “El Palillo”, una joya del folclore que no suele  interpretarse últimamente en su versión ortodoxa. La ejecución estuvo llena de respeto por el detalle coreográfico y musical. El movimiento de pies, el giro coordinado de cuerpos curtidos por el campo y el cariño, nos recordó que el cuerpo también sabe recordar, que bailar es pensar con los pies.

La Asociación Virgen de los Aguadores no solo aportó rigor y entusiasmo, sino también una disposición que elevó el espíritu de la jornada. Son ejemplo vivo de cómo la labor asociativa puede ser motor de esperanza, investigación, comunidad y alegría.

No se puede entender la importancia de este evento sin detenerse a valorar lo que realmente se celebra. Cantando al fresco no es sólo un festival, es un homenaje. Un gesto de reverencia hacia esa civilización del mundo rural que —a pesar del olvido, del desprecio institucional y del éxodo— permanece aún como modelo alternativo de vida, lleno de virtudes a recuperar:

  • La austeridad digna, lejos del consumismo devorador.
  • La cooperación vecinal, que suplía con afecto y ayuda lo que faltaba en medios.
  • La conexión con la tierra, no como recurso que se explota, sino como madre que se cuida.
  • La transmisión oral, sin pantallas, donde aprender era observar, convivir y escuchar.
  • El trabajo con sentido, vinculado al tiempo natural, sin prisas vacías ni productividad absurda.

Desde Asocastrona no romantizamos la dureza de aquel mundo, pero reivindicamos la lucidez de sus valores y la potencia de sus formas de convivencia. En tiempos de colapso energético, de ansiedad colectiva y desarraigo, los saberes del mundo rural son más actuales que nunca.

Cada vez que nos reunimos a cantar al fresco, estamos desafiando un relato oficial que condena al mundo rural al pasado y al folclore al museo. Nuestra reunión es un acto de resistencia simbólica, una asamblea sonora que dice: “Aquí estamos. No hemos olvidado. No nos rendimos”. Y no lo hacemos por nostalgia, sino por justicia. Porque esas canciones son nuestros textos sagrados, porque nuestros abuelos y abuelas merecen ser celebrados no solo como figuras familiares, sino como portadores de una civilización compleja, rica y plena.

Nos atrevemos a soñar en un futuro “Cantando al fresco” en que podamos ver a los niños bailar, ver a los adolescentes prestar atención, ver a los jóvenes tomar nota. Las generaciones futuras no heredarán un mundo fácil, pero pueden heredar un mundo más sabio, si saben recoger lo mejor de esta memoria. Las asociaciones culturales como Asocastrona, o como la Virgen de los Aguadores, son faros humildes pero firmes, capaces de guiar esos procesos de reencuentro con lo esencial.

Invitamos desde aquí a todas las almas inquietas a unirse, a organizarse, a crear espacios de cultura popular viva. Siempre vienen bien permisos institucionales para cantar, y subvenciones para bailar, pero principalmente necesitamos voluntad, raíces y alegría.

Porque mientras sigamos cantando al fresco, el olvido no ganará. Y el eco de nuestros ancestros seguirá danzando entre nosotros.