Asocastrona lo ha vuelto a hacer. Ponemos en valor un patrimonio intangible como es la fiesta de los Quintos, en el pueblo de Castronuño. Este año era una tarde soleada del domingo de carnaval, que, en pleno febrero, nos devuelve la desgracia de que el clima está cambiando demasiado rápido, que la Pachamama se está quejando por algo. Con esa temperatura primaveral, seis jinetes se aproximan por la carretera hasta Carretejar. Son seis mujeres, ataviadas con sus mejores galas sobre unos caballos altivos, elegantes y nobles. Se acercan al avión a correr las cintas, que, en otras épocas, era el gallo. Para buscar su significado originario quizá haya que remontarse a un pasado ancestral, a un mundo ideológico ya muy lejano. El gallo es un símbolo polivalente por su permanente capacidad de apareamiento, de fertilidad y procreación. La sangre también tenía un fuerte contenido simbólico como portadora de fuerzas mágicas y en rituales antiguos se vertía sobre el suelo o los presentes. Así, la del gallo, fertiliza ritualmente la tierra. De ahí su relación con el carnaval que, según interpretaciones, tendría su origen en antiguos ritos agrarios de regeneración de la fertilidad de la naturaleza, de la Pachamama. Colgado, derrama su sangre, además, incluso sobre el propio oficiante, trasmitiéndole esa capacidad fecundadora.
Seis mujeres que levantan su sombrero al cielo caluroso, con más fuerza que nunca, dejándose quebrar la voz que resume sus dieciocho años en unos minutos. En verso, rodeada de todo el pueblo, cada quinta deleita con rimas al respetable sobre capítulos y personas importantes de su corta vida. Y como parte del ritual, el pueblo escucha con respeto a cada una, animándolas con “echa un trago, valiente” cuando la voz se quiebra demasiado, y aplaudiendo el valor y coraje de recitar descubriendo sus batallas personales.
Seis mujeres que sujetan con fuerza y valor al caballo para sacar, con el punzón o sin él, las cintas de colores del avión para sus seres queridos, en imagen quijotesca contra los molinos de viento. Y cuando acaban con todas las cintas, las reparten entre las personas que más estiman, dejándoles un tierno recuerdo de aquella tarde calurosa de febrero, en la que, con aquel rito de paso, le decían a la Pachamama que ya estaban preparadas para cambiar el mundo, para llevar las riendas de sus vidas, para entrar en el mundo de los adultos. Y la Pachamama les regalará a estas seis quintas la alegría y la pureza de vivir una vida bella y de colores, como las cintas que un día recogieron.
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