Esperábamos con ilusión el día en el que poder corresponder la hospitalidad a nuestros amigos de la asociación El Alcornocal de Foncastín, y ese día llegó. Se presentó con un sol poco generoso que solo nos acompañó a corros y a ratos a lo largo de los enclaves por los que fuimos transitando, pero no arredró nuestra buena disposición.
El encuentro en la plaza del
pueblo nos reunió a 39 amantes de la naturaleza. Nuestra propuesta fue visitar lugares
del casco urbano con un significado histórico-cultural y por espacios abiertos
al horizonte, para goce de los sentidos en sus distintas vertientes.
La Fuente del Caño nos trasladó a
comienzos del siglo pasado y a la más cercana actuación de limpieza que
realizamos desde Asocastrona por la cual volvió a discurrir tímidamente el agua
de su regato.
La siguiente parada fue otra
fuente, de obra más reciente, ubicada en el Ajuntadero y dedicada al Camino de
Santiago. En esta fuente podemos contemplar tres esculturas de la artista
Castronuñera María Acosta. Nos asombra recordar que, en años no tan lejanos, en
este lugar se reunía el ganado para salir a pastar y, a su regreso, cada animal
se dirigía a su casa sin necesitar guía.
Los siguientes puntos a visitar
fueron los edificios más nobles: la puerta de la casa del comendador (actual
entrada a la panadería) y la Casa Consistorial. Continuando la subida por la
calle Real se hizo mención a la existencia de un Hospital de peregrinos a la
altura del número 94.
Llegamos a la plaza de los versos,
en la que un mural de azulejos conmemora el momento más emotivo y festivo de
cada quintada: echar el verso el domingo gordo de carnaval ante una acogedora y
curiosa congregación de vecinos y forasteros.
Antes de iniciar el camino por la
senda de los almendros saludamos a los monitores de la Casa del Parque y
disfrutamos del recital de Valentín, poeta local siempre dispuesto a mostrar,
con sencillez y amabilidad, su amor por Castronuño desde el mirador de La
Muela.
El descenso entre los almendros
nos regaló el suave aroma y el delicado rosa de sus flores. Entre cigüeñas,
somormujos, azulones, cormoranes y conversaciones, recalamos en los bancos
junto a la caseta de los pescadores. Allí desplegamos las viandas, a cuál más
sabrosa, y compartimos planes sobre las más próximas actividades organizadas
por cada asociación, quedando mutuamente invitados a participar en ellas.
Aprovechamos este momento más
formal para hacer entrega a los socios de El Alcornocal de un cuadro especialmente
realizado por nuestra socia, otra artista, Concha Fernández, en recuerdo de
esta jornada en la que hemos estrechado lazos y alimentado el ánimo de darnos
fuerzas recíprocamente.
Aunque fluía el calor de la
amistad, el caprichoso día se nublo y levantó un viento frío. Decidimos recoger
el almuerzo y seguir caminando para buscar amparo en alguna bebida
reconstituyente.
Ante la escurridiza huida del
Sol, terminamos el encuentro en la iglesia románica de Santa María del Castillo,
en otros tiempos lugar de reunión y acogida de los miembros de la orden de San
Juan. Esta circunstancia nos brinda una excusa para volver a vernos otro día:
hay que repetir con mejor clima.